jueves, 12 de noviembre de 2009

24 horas en Houston, 1era parte

No se trata de un nuevo episodio de la serie de Jack Bauer y la CTU de Los Ángeles. Es un relato de las experiencias durante mi viaje de ida a Holanda.

Estoy a 36.999 pies (11.277 metros) de altura, volando a 1.012 kilómetros por hora, cerca de Reykjavic, la capital de Islandia. Afuera la temperatura es de un agradable -68°F. El jetlag me va a pegar durísimo pero no duermo casi nada en el vuelo Houston-Amsterdam. Me he entretenido mucho con las nuevas opciones que ahora ofrecen los vuelos comerciales, incluso para el proletariado de la clase económica. Parece que hace tiempo que no tomaba un vuelo internacional, porque estoy realmente sorprendido que podamos tener una pequeña pantalla frente a cada asiento, con innumerables opciones que van desde 335 películas (las conté), a un montón de capítulos de series, juegos y como siempre, música. Ya vi tres películas, una buena, una mala y otra peor. Solo vale la pena mencionar la buena: El Solista, con Jaime Foxx, el mismo de “Ray”.

Mi paso de 24 horas por Houston se debió a una providencial tarifa a Europa que ofrece Continental Airlines, combinada con algo que siempre quise hacer: asistir a un juego de béisbol de grandes ligas y que ahora, viviendo en Europa como pretendo, va a ser un poco complicado. Después de pararme a las 3 am para llegar 3 horas antes a la salida de mi vuelo, finalmente salimos puntuales a las 7 am. Creo que dormí todo el camino hasta Panamá pues en los días recientes sufrí un poco de estrés pre-emigración. Pero solo un poco, ustedes me conocen. La parada en el aeropuerto de Panamá y el respectivo recorrido por sus tiendas me recordó lo horroroso de los niveles de especulación de Venezuela (antes y durante CADIVI, creo que siempre ha sido igual), pero logré soportar la tentación de mi primer Cadividazo.

Ya en el Imperio, en la supuestamente temible aduana de EEUU me llamó mucho la atención su personal multinacional, que ofrece ayuda a todo el que llega al país. Correctamente uniformados de beige, personas de orígenes diversos pero seguramente nacidos en EEUU, pululan entre las filas de los recién llegados pendientes de los que se notan perdidos en el espacio, para despejarle dudas sobre los dos formatos que debemos llenar. Panameños, árabes, indios, argentinos, chinos (muchos chinos), todos son atendidos en su propio idioma y debo decir, con amabilidad. Me dio risa reconocer los estereotipos hollywoodenses de los rusos. Cuatro rubios altos, con el cabello casi al rape o medio calvos y con ciertas características (cara de “malos”) que los delataban como rusos.

Al salir de la aduana y ya estar en suelo imperial, con dos maletas de 50 libras, otra de 40 y un morral como de 200, todo montado en un carrito, me dispuse a buscar el autobús que “por solo 15$” te lleva a una estación de metro en pleno downtown. Hubo un detallito que no sabía: mi vuelo llegaba a la terminal C y la parada está en el D. Bueno, pensé, no importa porque debe haber algún tipo de correa transportadora o algo para llegar allá fácilmente. Efectivamente hay un lindo Interterminal Train, pero…no se pueden montar los carritos! Mi primer fucking shit en el Imperio (claro, en español para que suene sabroso)!! Para qué coño sirve el tren si no puedes montar el carrito con las maletas?? Agarré mi carro sobrecargado y me recorrí los 1.800 pies que separan a la C de la D buscando mi autobusito. Resultó que la terminal D la están reconstruyendo y todo está un poco caótico. Al final pude ver otras opciones de transporte, y escogí tomar una camioneta tipo van que por un precio un poquito más alto que el autobús, te lleva door to door a tu hotel. Creo que con las 4 maletas (más de 300 “libras”) encima, fue una sabia elección. No me quiero imaginar con ese perolero en el metro de Houston.

Llegué a mi hotel, el Club Quarters en la calle Fanning, que resultó tener una excelente relación precio/valor porque está tremendamente bien ubicado, es relativamente económico y las habitaciones son agradables y bien equipadas. Había opciones un poco más baratas, pero todas como lejos del centro, por allaaaaá en la mitad de una autopista, y solo se puede llegar en taxi. Poco práctico para una estadía de 24 horas. Una vez botadas –literalmente – las maletas en la habitación 318, salí rapidito antes de que cerraran el acceso al JPMorgan Chase Tower, que con sus 75 pisos es el rascacielos más alto en una ciudad que está llena de rascacielos. Tiene 305 metros de altura aunque eso apenas le da para ser el 11avo más alto de EEUU. A los gringos les encantan las sub-sub-sub clasificaciones, y por eso dicen que el JPMorgan es el edificio más alto de EEUU “al oeste del Mississipi” y el rascacielos de cinco caras más alto del mundo. Ok, si eso los hace felices, bien. En la entrada hay una escultura gigantesca y espectacular de Joan Miró llamada “Personaje y Pájaros”, y del impresionante lobby del edificio salen los ascensores que llevan al que quiera a un mirador en el piso 60 en unos 45 segundos, calculo yo. La vista por supuesto, espectacular.



Al bajar pasó algo curioso. Estaba tomándole fotos al conjunto escultura-edificio y me llegó a lo lejos como una voz de advertencia. Efectivamente, el vigilante del edificio me hizo una seña con la mano para que no tomara más fotos y se acercó a mí, leeentamente. Yo estaba un poco predispuesto a decirle que como–era-posible-que-no-se-pudiera-tomar-fotos, pero él antes que nada me saludó y me preguntó que cómo estaba (jeje siguiendo el protocolo seguramente). Amablemente me dijo que la política del banco no permite que se le tomen fotos al edificio y ante mi cara de “what???” me explicó que son medidas tomadas después del 11 de septiembre. Entendí y acaté pero sinceramente me parece una ridiculez, pues el edificio se ve desde cualquier parte del downtown.



Mientras esperaba la hora del ir a mi juego de béisbol, visité un par de centros comerciales que, según mis guías (todas bajadas de internet) eran los más importantes de la ciudad. Entré a eso de las 5:30 pm y me esperaba ver ríos de houstonians, tipo Sambil un viernes en la tarde (de hecho, era viernes en la tarde) pero para mi sorpresa estaban muertos y casi todo cerrado o cerrando (¿???) Resulta que, al menos esos dos que visité, cierran a las 6 pm (¿???) Mi mente consumista-capitalista salvaje se niega a aceptarlo. No es que fuera a comprar algo, pero igual me pareció muy extraño. Esa misma soledad la vería al día siguiente en mi recorrido por la ciudad.

Mi caminata al estadio, si bien un poco larga, fue agradable por ser en pleno atardecer (no diría eso al día siguiente). Además, las calles perfectamente simétricas de Houston invitan a caminar, sumándole a eso que es totalmente plana. Comprobé que efectivamente si vive gente en Houston, cuando –al fin- vi seres humanos caminando hacia el Minute Maid.

Se acercaba el momento de conquistar el objetivo de mi viaje: Major Leage Baseball. Quizás no tuve la suerte de que el equipo de Houston estuviera metido en la pelea (ni su rival de esa noche, Cincinnati) pero si tuve la suerte de conocer un estadio realmente espectacular. Gracias a CADIVI (¿nadie es fan de CADIVI en Facebook?) compré mi entrada con tarjeta de crédito, en una muy buena ubicación, cerca de la primera base.

Como siempre que uno entra a un lugar gigante como este, al principio me sentí un poco abrumado con el gentío, la señalización, la publicidad, el ruido, los miles de quiscos de fast-food en todos los pasillos, eso si, todo perfectamente organizado. Los olores me hicieron recordar que mi última comida (comidita) había sido en el avión antes de llegar a Houston y tenía hambre, pero primero, a ubicarme. Sin mayores problemas encontré mi puesto, section 128, fila 13, silla 5. La vista del campo, espectacular!

La mayor sorpresa de la noche fue cuando vi a dos personas acercándose a mi fila y sentándose en los puestos 6 y 7, parecían latinos; bueno, en Houston hay muchísimos mexicanos. Un momento! El joven tiene una gorra del glorioso equipo de los Leones del Caracas!!! Por supuesto: Héctor Jiménez, hijo y Héctor Jiménez, padre, de Churuguara, estado Falcón. Un mes antes de venir hice una búsqueda infructuosa de alguien conocido, o conocido de algún conocido (preferiblemente paisano) que viviera en Houston y quisiera acompañarme al juego, pero no encontré a nadie. Bien, en un estadio de 40.950 sillas, en una noche en la que deben haber asistido unas 25 mil personas, me tocan EXACTAMENTE al lado dos venezolanos. No en la fila de adelante, ni en la sección contigua. No, AL LADO! Increíble no? Por este tipo de cosas es que no creo en las casualidades.

Luego de las presentaciones de rigor, pudimos disfrutar el juego con los acostumbrados comentarios venezolanos como “ese picher está bolero”, “si le da la bota”, “no tiene nada en la bola” y quizás hasta un “papita, maní y tostón”. Aunque no soy particularmente tomador, la idea de una cerveza en el estadio me llamaba la atención, pero cuando vi que costaban 7 y 8 dólares (y en efectivo!), ya no me provocó mucho.

En un entre-inning aproveché para comprarme una saludable ración de pollo frito con papitas fritas y una coca cola bien fría. Cuando me dispuse a volver a mi puesto 5, resultó que no podía entrar en mi sección hasta que no terminara el turno del bateador. Un empleado del estadio me explicó que es para no entorpecer la vista del público que está sentado. Buena esa.

El estadio es una maravilla para el espectador. La vista del campo, el sonido, la enorme pantalla, todo está diseñado para el disfrute del juego. En los entre-innings hacen algunos juegos simpáticos con el público y la pantalla, por ejemplo enfocan a las parejas y éstas deben besarse. Muy gracioso, sobretodo cuando se dan cuenta que los están enfocando y están en una pantalla gigante.

El hecho de que ambos equipos estuvieran sin chance de avanzar a los play-offs y que por lo tanto el estadio no hubiese estado lleno, permite pasearse por todos lados y si uno lo quisiera, cambiar de puesto. Una idea típica de viveza criolla me pasó por la mente: uno puede comprar una entrada de las más baratas, es decir, en el último piso, en frente de una columna y con un baño al lado, y luego cambiarse a alguna vacía en las preferenciales. Me avergüenza confesarlo pero la idea me vino espontáneamente. Será que eso se le quita a uno en algún momento? :) Luego pude comprobar por mi mismo al recorrer todo el estadio, que no hay puestos malos, desde todas partes se ve perfectamente el juego.



Una de las características más destacables del estadio es el techo. Normalmente se juega sin él, pero si llueve fuerte o hace mucho sol (ésto último parece muy común en Houston) "ponen" el techo y prenden el aire acondicionado. Paseándome por los alrededores del center field pude ver una de las particularidades del parque, la llamada Tal's Hill. Para las personas no familiarizadas con el béisbol, solo imagínense una lomita en pleno campo de fútbol. Ahora imagínense además un poste muy cerca de la línea lateral, pero dentro del campo. Bueno eso es. La verdad es que no quisiera estar en los zapatos de un jugador cuando una pelota va en esa dirección, porque entre la lomita y el poste no está fácil la cosa.



Después de disfrutar del partido fuimos a caminar por la ciudad y a tomar algo. Me di cuenta que socialmente, en Houston los grupos raciales son bastante homogéneos. Negros con negros, blancos con blancos, asiáticos con asiáticos, malandros chicanos con malandros chicanos y mexicanos con mexicanos. Es algo que resulta extraño y hasta desagradable para una mentalidad como la nuestra, pues en Venezuela eso no existe. Todos somos amigos de todos.

Estuve tentado a entrar en un simpático local llamado Red Cat Jazz para escuchar música, pero aparte de estar reventado de cansancio, lo de los grupos raciales me dio mala nota. Por supuesto, en ese local solo había negros, y me hubiese gustado ver la reacción de la gente al verme entrar. Aunque yo me siento tal cual como dice Chávez “Soy negro, indio, mestizo!!!”, pero al final la falta de un buen Red Bull me hizo claudicar.

Al día siguiente debía caminar. No tenía idea.

1 comentario:

  1. Miguel Buenisimo tu relato, me encantó, además de que me sentía como si estuviera viendo todo en una película, que genial.

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